Este es el final de una oración manuscrita en verso.
Procede de la pluma de una religiosa trinitaria alemana, Ángela Autsch,
perteneciente a la Congregación de Hermanas trinitarias de Valencia.
Ángela, en el siglo María Cecilia Autsch, nacía el 26 de marzo de 1900 en un pueblecito de Sauerland, región montañosa de Westfalia (Alemania), en el seno de una familia modesta, pero profundamente cristiana. Era la quinta de siete hermanos.
Sus padres, Augusto y Amalia, la educaron, lo mismo que a sus demás hermanos, en el amor a Dios y al prójimo y en las prácticas religiosas comunes de aquel tiempo, entre las que destacan la vivencia de la eucaristía, abierta a los niños (S.Pío X), y la devoción a la Virgen Santísima. María va asimilando paulatinamente, pero con mucho vigor, esa educación cristiana, hecha vida y testimonio en sus padres. Prueba de ello es que a los doce años, en su primera comunión, como ella misma lo refiere en una carta familiar, pidió al Señor la gracia de la vocación religiosa.
El 26 de octubre de 1933, el mismo año en que Hitler subía al poder, María comenzó el postulantado en Mötz, pequeña población del Tirol austriaco. Ya desde el principio vivió en total entrega y generosidad a Jesucristo, como se desprende de las tres cartas dirigidas a su familia, que se conservan de este período de su vida.
En un ambiente de extrema pobreza, María, inmensamente feliz, vistió el santo hábito de la Congregación. Fue un 4 de julio de 1934, tres semanas antes del asesinato del Canciller austríaco Dolfuss.
Con el hábito recibió un nuevo nombre, signo del cambio fundamental operado en su vida. En adelante se llamará Sor Ángela María del Sagrado Corazón de Jesús.
En carta a su familia describe la alegría que embarga su corazón.
Durante el noviciado se va perfilando y consolidando la personalidad espiritual de Sor Ángela. Como rasgos de esta personalidad sobresalen su amor a la eucaristía, su vida de oración, su devoción a la Virgen, su amor a la Familia Trinitaria y, como elemento nuevo que está asimilando del carisma y espiritualidad de la Congregación, su devoción a la Santísima Trinidad en una dimensión redentora.
Desde el convento, Ángela sigue muy de cerca y con verdadero interés la vida social y política de Alemania. Con frecuencia se lamenta de que las cosas hayan cambiado tanto en su patria en orden a la fe cristiana.
Terminado el noviciado, Ángela se dispone a hacer la primera profesión. Se siente emocionada. Su corazón rebosa de alegría. Como una esposa que corre al encuentro de su esposo, se dirige ella al encuentro de Jesucristo. Se ha propuesto seguirle desde su mismo modo de vida, esto es, en virginidad, pobreza y obediencia. Su vida, siempre orientada a Jesucristo, va a cobrar ahora un sentido más profundo desde su consagración. Es verdad que ésta es todavía temporal, pero en su corazón, la nueva pertenencia a Jesucristo es ya de por vida.
Desde Jesucristo, camino, verdad y vida, profundizará su actitud filial hacia el Padre como fuente de la vida cristiana y, al mismo tiempo, vivirá abierta a la acción del Espíritu Santo. Y desde su vivencia trinitaria, comprenderá que el amor de Dios es necesariamente redentor, liberador, sintonizando así con el carisma de la Congregación.
Son las 8 de la mañana del 20 de agosto de 1935, como consta en el Libro de Actas de las Profesiones. Reunida la comunidad en la capilla, Sor Ángela, ante la Madre Superiora, Sor Micaela de los Santos, con voz emocionada, pero firme, lee la fórmula de la consagración religiosa:
Dos cartas escritas en la Navidad de 1935, una a su hermana Elisabeth y la otra a su hermano Franz, revelan el gozo interior de Sor Ángela y el fervor con que está viviendo su consagración religiosa recién iniciada.
A su hermana le dice:
Y a su hermano Franz, que parece sentir nostalgia de su hermana, le escribe:
Y como ella se siente feliz con el Señor, y quiere asimismo lo mejor para sus seres queridos, no cesa de dar consejos a su hermano:
Del último trimestre de 1937 se conservan tres cartas a sus hermanas Gertrudis y Elizabeth. En ellas se mantiene constante su preocupación por la vida cristiana de sus familiares; aparecen sus reiterados consejos en torno a la vida sacramental y de oración, su alegría por la consagración religiosa, la invitación a sus sobrinos a que abracen la Vida Religiosa en la Orden y Congregación Trinitarias, sobre todo, a Lidwina, que parece estar ya decidida a seguir el camino de su tía.
Surge un elemento, si no del todo nuevo, si expresado cada vez con más fuerza y frecuencia. Es su preocupación por la Iglesia, por la extensión de la fe.
Así, por ejemplo, escribe a su hermana Gertrudis el 6 de octubre de 1937:
Y pocos días más tarde a su hermana Elisabeth: Pedid mucho por nuestra santa Iglesia, por la extensión de la fe, y para que sean vencidos los enemigos de la Iglesia y aniquilados sus planes. Rezad y ofreced sacrificios.
Y es que el ambiente que se está respirando en Austria, azuzado por las pretensiones de Alemania, es francamente inquietante. Sor Ángela, mujer intuitiva y perspicaz, se da perfecta cuenta de ello. Además, en la todavía libre Austria, ha tenido ocasión de oír hablar y leer personalmente la valiente y esclarecedora encíclica de Pío XI, Mit brennender Sorge del 14 de marzo de 1937. En ella el Papa denuncia la opresión creciente del catolicismo en Alemania, exige los derechos de la Iglesia y condena sin paliativos la ideología nazi, así como sus aplicaciones concretas.
Por ello, desde un conocimiento muy objetivo de la realidad, Sor Ángela escribe a su hermana Elisabeth el 17 de octubre de 1937:
En efecto, el 24 de junio de 1937, el Ministro de Defensa alemán decretaba la orden de preparación de Austria, a lo que llamaron operación especial OTTO. Al día siguiente, 25 de junio, Arthur Seyss-Inquart, cualificado nacionalsocialista de Austria, por presiones de Alemania, juraba el cargo de Consejero de Estado. Poco a poco, la potente máquina alemana iba aplastando a la pequeña y empobrecida Austria. Quizá, por eso, Sor Ángela, que no vive al margen de la realidad, insiste con frecuencia en la importancia de vivir preparados para la muerte.
Los avances del nacionalismo coinciden con los progresos de Sor Ángela en la vida espiritual y religiosa. Aunque preocupada por el sesgo que están tomando las cosas, vive gozosa por pertenecer al Señor en un ambiente de extrema pobreza. Ángela era la alegría de la casa y un puntal insustituible. Con su trabajo contribuía decisivamente a la supervivencia de la comunidad. Llevaba el “Kindergarten”; por las tardes daba clases de corte y confección y enseñaba a bordar; hacía de sacristana en la parroquia de Mötz; y todavía sacaba tiempo para atender a los enfermos del pueblo, para coser y bordar, para limpiar los ornamentos sagrados de las parroquias del entorno, para cuidar de la pequeña huerta del convento y para atender con solicitud exquisita a la Madre Superiora, cuya salud estaba muy quebrantada. Incluso, a veces, acudía a ayudar a los labradores del lugar en sus faenas del campo.
Era muy apreciada por las gentes de Mötz, como todavía lo recuerdan las personas mayores.
Medio año después de la anexión de Austria por la fuerza al nuevo imperio alemán (tercer Reich), Sor Ángela hacía su profesión perpetua prometiendo solemnemente seguir a Jesucristo en virginidad, pobreza y obediencia hasta la muerte.
Esta vez, la comunicación a la familia es posterior al acontecimiento, pero en ella se reflejan los sentimientos de siempre en semejantes ocasiones.
El 9 de octubre de 1938 escribe a su hermana Elisabeth:
En parecidos términos y con la misma fecha escribe también a su hermana Gertrudis.
Por lo demás, en las cuatro últimas cartas familiares posteriores a su profesión perpetua, Sor Ángela se manifiesta como siempre: alegre, amante de su vocación y de la Congregación, alma orante y eucarística, catequista y evangelizadora de su familia y devota de la Virgen. Agradece los paquetes que le envía la familia, lo que muestra la precariedad en que viven las Hermanas. Los recordatorios de su profesión, hechos por ella misma, los envía por etapas para ahorrar el franqueo. Se muestra muy preocupada por la Madre Superiora, de la que ella ahora es su Vicaria. Su salud está resquebrajada. Sólo queda el recurso a la oración, que ella pide insistentemente, sobre todo, a sus sobrinitos.
Aisladas por la Gestapo de la casa madre en Valencia, y corriendo el peligro de perder su convento por expropiación forzosa en beneficio de los tiroleses de Italia, que deseaban integrarse al nuevo imperio alemán que se estaba gestando, Ángela se dedicó a defender su convento. Percatándose de las buenas relaciones entre España y Alemania, hizo valer los derechos de la comunidad al pertenecer a una Congregación española. Sus argumentos expuestos al Cónsul español, Sr. Román de la Presilla, tuvieron éxito, pero, desde ese momento, Ángela había firmado su condena de ingreso en el campo de concentración.
Por haber defendido el convento, y porque públicamente se opuso al nacionalsocialismo llamando a Hitler “azote de Europa”, Ángela fue detenida y conducida a la prisión policial de Innsbruck el 12 de agosto de 1940.
La detención se llevó a cabo brutalmente. Uno de los policías arrancó el velo a Sor Ángela y se lo tiró a la enferma Madre Superiora. Ángela se desmayó, y aquellos esbirros la cogieron y la arrojaron al jeep como si se tratara de una bolsa de basura.
Ángela permaneció en la prisión de Innsbruck tan sólo diecisiete días. Pero en ese breve espacio de tiempo se manifestó como la que era y la que había de ser hasta la muerte: una mujer totalmente centrada en Dios Trinidad, abandonada en su amorosa Providencia, abrazada a la cruz de Cristo como fuente de salvación, entregada por entero, desde su amor trinitario-redentor, al servicio de todas sus hermanas prisioneras, sin prejuicios de nacionalidad, raza o religión, y abnegada hasta el punto de que, olvidándose de sí misma, vivía preocupada por los demás, sobre todo, por su querida comunidad y su enferma Madre Superiora.
La Sra. Trenkwalder, mujer de profunda religiosidad, compartió con Angela la celda nº 16 de la prisión de Innsbruck. Entre otras muchas cosas, dice de ella:
Ángela fue una auténtica seguidora de Jesucristo. Como él, supo perdonar a quienes la habían entregado: “perdonó de corazón a los que la habían denunciado” testimonia la Sra. Trenkwalder. Y ella misma lo confiesa con gozo en carta a su Madre Superiora en marzo de 1941 desde Ravensbrück:
Desde esta actitud profundamente evangélica, vivida en grado heroico, llegará incluso a amar y hacer el bien a sus mismo verdugos, los hombres y mujeres de las SS.
El de Ravensbrüsck fue el mayor campo de concentración de mujeres de la Alemania nazi.
Allí llegó Ángela el 31 de agosto de 1940 después de un “transporte” demoledor. Tras sufrir el primer shock tremendo al contemplar por vez primera el infierno de un campo de concentración, tuvo que enfrentarse al momento más humillante del ingreso: el despojo total de sus vestidos. Ángela superó este durísimo trance viviéndolo desde la fe, recordando a su Señor, que de la misma manera fue escarnecido en la cruz.
Tan pronto como puede, escribe a la Madre Superiora cinco líneas escuetas. En ellas se refleja el espíritu fuerte y elegante de Ángela. Tiene que estar moralmente muy afectada después de un “transporte” inhumano y la denigrante y vejatoria recepción en el campo de concentración. Sin embargo, nada de ello deja traslucir en su breve comunicado. Su preocupación, ¡qué grandeza de espíritu!, sigue siendo la situación de sus Hermanas y, sobre todo, la salud de su querida Madre Superiora.
La máquina exterminadora nazi quiere anular su personalidad. Pero no lo va a conseguir. Ángela sabe que el calvario va a ser muy largo. Su nombre y apellido ya no cuentan en aquel infierno gobernado por locos. Ha recibido un número, el 4651, y el rótulo de color rojo que la acredita como prisionera política. Sin embargo, la fuerza del Espíritu va a mantener inhiesta su recia personalidad. Todavía hace poco, la que fue durante un tiempo su responsable de bloque, Rosa Jochmann, escribía de ella que “por su forma de ser, irradiaba algo especial”.
Si amar es darse a los demás, Ángela amó mucho. Hemos podido conectar con cuatro mujeres supervivientes del campo de concentración de Ravensbrück que conocieron mucho a Ángela. Las cuatro coinciden en calificar a Ángela como una persona maravillosa, fuera de serie, que se entregó de cuerpo y alma a aliviar el tremendo sufrimiento de sus compañeras del campo, dándoles el alimento, la ropa o las medicinas que podía, desde su situación privilegiada. Por su condición de aria, Ángela trabajó en la cocina, en la ropería o en la enfermería.
Como muestra, vaya el testimonio de la ya citada Rosa Jochmann, miembro del partido socialista de Austria y, desde el 19 de diciembre de 1945 hasta el 16 de mayo de 1967, diputada en el Consejo Nacional (Parlamento), quien a pesar de vivir alejada de la fe, dejó escrito lo siguiente:
María así llamaba yo a esta religiosa singular llegó un día a nuestra sección y, al instante, me di cuenta de que ella podría constituir un valioso enriquecimiento para nuestra sección. Entonces no sabía yo que María fuese religiosa.
Nos veíamos en los ratos de paseo en el patio de formar. Pronto caí en la cuenta de lo maravillosa que era María. Ella fue la consejera y asistenta en toda situación.
Según una ley no escrita, todas las reclusas nos tuteábamos, pero curiosamente, y sin acuerdo previo, tratábamos a las religiosas de Vd., y naturalmente también a María.
María no permitía que nadie la supliera en ir todos los días a por las pesadas perolas de comida. Cuando veía que una mujer enferma o débil tenía que limpiar las letrinas, le quitaba el cubo de la mano, le sonreía, y al momento el trabajo estaba hecho.
Todas la querían. María, durante el tiempo libre, se sentaba largas horas con sus compañeras, fuesen políticas, o, así llamadas, delincuentes, y escuchaba las penas de sus vidas. Todavía estoy viendo a una prostituta que, radiante de alegría, me decía: “Ahora sé que yo también puedo ir al cielo, porque Dios me perdona “.
Una vez que paseábamos por el patio de formar, iba con nosotras una joven guapísima de 18 años. De repente, se abalanzó sobre ella una vigilante de las SS con el látigo. María agarró el látigo e interpeló a la vigilante: “¿Por qué quiere golpear a esta muchacha? ¡Ella no ha hecho nada!” Se me paró el corazón. Estaba convencida de que María sería conducida al “bunker”; de que allí recibiría el castigo de los veinticinco bastonazos y quedaría encerrada. Pero no; nada de esto sucedió. La vigilante miró a María, dejó caer el látigo, dio media vuelta y se fue. Entonces me pareció aquello como un milagro, pero más tarde, todavía hoy, pienso que María, por su forma de ser, irradiaba algo especial.
Desgraciadamente, no pude despedirme de María, pues fui al “bunker” aquello era el infierno y cuando salí, María estaba ya de camino hacia Auschwitz.
Créame que ha habido y hay pocas personas que hayan enriquecido tanto mi vida como María. Era un ángel sobre la tierra. Son muy pocos los días en que no piense en esta bienhechora de la humanidad. El haber conocido a María es un regalo para toda la vida.
Con profunda veneración y gratitud pienso en María, que nunca se quejó, que sabía comprender a toda persona; que allí, en aquel tiempo horrible que jamás debiera repetirse, fue para todas nosotras ayuda y consuelo. María permanece grabada en nuestros corazones, pues, incluso ahora, después de tanto tiempo, el recuerdo de María da fuerza en toda situación”.
Después de algo más de año y medio de permanencia en Ravensbrück, Ángela fue destinada al campo de concentración y exterminio de Auschwitz. Llegó allí el 26 de marzo de 1942, día de su cumpleaños.
Podemos imaginar las penalidades de este nuevo traslado, la tremenda impresión al entrar en este infierno de horror, donde diariamente eran masacrados cientos, incluso miles de prisioneros. Otra vez la humillación de la desnudez y los demás pasos denigrantes, con los que los nazis pretendían anular por completo la personalidad de los reclusos.
A pesar de todo, en su primera carta fechada en el mes de mayo, se manifiesta fuerte y dueña de la situación:
Ángela fue destinada a la enfermería. Dos días después recibió ese mismo destino la Dra. Margita Svalbová, transportada a Auschwitz desde Eslovaquia por su condición de judía. A las dos les uniría una profunda y entrañable amistad. Las dos formarían un estupendo tandem, durante algo más de un año, volcadas en ayudar y salvar a sus compañeras prisioneras. La Dra. Svalbová, a pesar de no ser creyente, es la testigo más importante de Sor Ángela. Ya en 1949 publicó un libro en eslovaco, “Ojos apagados”, donde narra la vida heroica de once mujeres valerosas en el campo de concentración. El segundo capítulo está dedicado a la vida ejemplar de Sor Ángela.
No podemos transcribir aquí todo ese capítulo. Pero como testimonio precioso de la que más y mejor conoció a Ángela en el campo de concentración, vaya este pasaje, donde la Dra. Margita nos relata un sueño de Angela, altamente expresivo de las preocupaciones y deseos más profundos de su corazón, revelándose en este sueño como una auténtica hija de San Juan de Mata y de las Fundadoras de su Congregación, tan sensibles a cualquier forma de esclavitud.
¿Bajo qué condición?… pregunté a Ángela mientras acariciaba sus ardorosas mejillas. Sus ojos inflamados brillaban y ella me susurró al oído:
Les confesaré mi secreto cuando pongan a todos los prisioneros en libertad; a todos, ¿me entiendes?…, alemanes, polacos, rusos, judíos, gitanos…, a todos”.
Y sigue la Dra. Margita:
“Para mí, encontrarme con Sor Ángela fue un gran alivio en aquel infierno. Trató de ayudar a todas las que pudo, arriesgando muchas veces su vida. Desde la ropería y desde la cocina, alivió el dolor de muchas prisioneras, sobre todo, de las más necesitadas. Se las ingeniaba para repartir a éstas comida, agua y ropa. Salvó muchas vidas”.
Pero no sólo la Dra. Svalbová. Nueve mujeres supervivientes de Auschwitz, de distinta procedencia y de diverso credo político y religioso, incluso no creyentes, declaran unánimamente y en términos de calurosa alabanza hacia Sor Ángela que ésta, desde sus limitadas posibilidades, se entregó por completo a aliviar el sufrimiento de sus compañeras reclusas, arriesgando a veces su vida, salvando a algunas de una muerte segura.
La Sra. Teichner, amiga y compañera de cautiverio de la Dra. Margita Svalbová como también de Sor Ángela, afirma entre otras cosas:
Y la Sra. Cecilia Bader, obligada a trabajar como enfermera de la Cruz Roja en Auschwitz, escribió lo siguiente:
En una vida tan dura y humillante en el campo de concentración, dirigida calculadamente a provocar la muerte de las reclusas, muchas, totalmente rotas, hundidas psíquicamente, optaron por adelantarla. Víctor E. Frankl, judío vienés, eminente psiquíatra, fundador de la escuela de la logopedia y superviviente del campo de concentración de Auschwitz, que trató allí de insuflar ánimo y esperanza en sus compañeros abatidos, ha escrito muchas páginas sobre el tema.
Son suyas estas palabras:
¿Cómo es que Ángela, con los normales altibajos en su moral, se manifestara siempre entera y animosa, dispuesta a luchar por sus compañeras, sobre todo, por las más desdichadas y necesitadas?…
No es difícil responder a esta pregunta. Desde muchos y variados testimonios, desde sus mismas cartas a la comunidad, sabemos que Ángela, privada de toda ayuda pastoral y sacramental, permanecía fuerte en su fe, alimentándola con la vivencia espiritual de las fiestas litúrgicas, en la oración constante, en su devoción a la Virgen, con su sentido teologal del sufrimiento, en su entrega redentora a sus hermanas cautivas y en el abandono en las manos de Dios.
Podríamos documentar con testimonios cada una de estas facetas, pero ello excedería los límites de esta pequeña biografía. Pero como muestra, vayan estos testimonios:
En primer lugar el de ella misma, quien, en un lenguaje cifrado para escapar de la férrea censura de los nazis, escribe así a su comunidad:
“Cillerl (su segundo nombre de siglo) va todos los días dos horas a tomar aire fresco (oración), como antes lo hacía siempre”.
La Sra. Charlotte Tetzner, testigo de Jehowá y compañera de barracón de Sor Ángela, declara:
Casi con las mismas palabras se expresa la Sra. Trenkwalder, la compañera de celda de Innsbruck:
Y Bozena Teichner, de religión judía, afirma:
Casi en todas sus cartas de prisión hay un recuerdo y un encargo de saludo para su querida Madre, la Virgen de Locherboden. De su afición a las fiestas litúrgicas nos dan una idea estas palabras escritas a su comunidad desde Ravensbrück:
Y la Dra. Margita Svalbová nos describe con más detalles la primera de las dos Navidades que Sor Ángela vivió en Auschwitz:
Ángela preparó una olla grande de sopa navideña. Se colocó un arbolito en el centro de la estancia, y hasta algunas velas centelleaban en la oscuridad. Angela había preparado un pequeño regalo para cada una de nosotras… Su rostro tenía una expresión solemne, casi seria. Sus ojos eran grandes, azules, resplandecientes. En nuestra estancia resonaron canciones navideñas de casi todas las naciones europeas. Después reinó el silencio. Era la primera vez que yo experimentaba en el campo de concentración un silencio sereno, armonioso, conmovedor”.
En carta a la M. Superiora que sufre por ella, le dice animándola:
Y en la misma carta escribe:
Era 12 de diciembre de 1943. Sor Ángela lleva ya tres años y cuatro meses privada de libertad en los campos de concentración nazis. Un paisano suyo, Franz Budeus, miembro del personal de vigilancia del campo de concentración de Auschwitz, se presta a pasarle una carta aprovechando sus vacaciones. ¿Cómo se manifiesta ella sin las barreras de la censura?… Merece la pena que lo veamos:
A excepción de las tres primeras semanas al comienzo de mi estancia en el campo de Ravensbrück, estuve destinada en la enfermería. En Auschwitz también en la enfermería, en la cocina, etc. Dirigí la cocina dietética para unas tres mil personas. Desde el 15 de mayo estoy en el hospital de las SS. Tengo suficiente de todo; no me falta de nada; estoy como nunca de gruesa. ¿Cómo está nuestra querida y hermosa casa? ¿Llevan mis queridas Hermanas todavía el hábito? Si el Señor nos concediese pronto la tan ardiente deseada paz… ¿Habéis sufrido bombardeos? ¿Y en Sauerland? Si del círculo de mis familiares muriera alguien, por favor, comunicádmelo con claridad; nada de ocultamientos. Soy fuerte y lo soporto todo. Espero que os vaya bien a todos y que gocéis de salud. Unida al durmiente Jesús, os envío un cordial saludo de Navidad. Sea bendita la ciudad en que nació Jesús. Sigamos dirigiéndonos hacia el puerto. Cada día que pasa estamos más cerca de la meta.
Un entrañable beso de paz y un caluroso apretón de manos a todos. En el amor a Jesús, siempre vuestra hija y hermana”
María.
P.D. Si mi querida Madre tuviera un antiguo misal y un breviario sería mi mayor alegría. El Sr. Franz Budeus me lo traería con gusto. También el libro de Sor Beata, la amazona del circo.
Hay fidelidades que no cuestan porque son remuneradoras y gratificantes. Las hay que cuestan más, aunque no son difíciles de mantener. Pero se dan algunas que suponen un alto grado de heroísmo.
Sor Ángela fue fiel en grado heróico a la palabra dada solemnemente ante Dios y ante la Iglesia de seguir a Cristo obediente, virgen y pobre en la vida consagrada trinitaria.
Conocemos sus ansias de libertad, su deseo natural y comprensible de sacudirse el yugo de la cautividad en el horroroso infierno de los campos nazis.
Pues bien, Sor Ángela tuvo en sus manos la carta de libertad. Solo que ésta no era compatible con su palabra dada y su opción de vida.
El 14 de marzo de 1944, escribe a su comunidad una carta que tampoco pasa por la censura. La envía un cabo de las SS. En ella Sor Ángela expresa sus deseos de libertad, si no para regresar al convento -cosa que no se lo permiten los nazis-, sí al menos para volver a su familia, desde donde podría estar en relación con su convento. Y añade:
Y el 1 de abril de 1944 vuelve a escribir lo mismo, aunque esta vez en clave: “No quieren dejar salir a Gela (An-gela). Quieren retenerla allí después de su liberación, pero yo sé que ella no lo desea”.
Esto es vivir con coherencia y fortaleza de espíritu la palabra empeñada ante Dios y la Iglesia un 28 de septiembre de 1938:
El 31 de diciembre de 1944, la enfermera de la Cruz Roja, Cecilia Menzler hoy Cecilia Bader, escribía a la M. Superiora de Mötz, Micaela Roth, la siguiente carta:
Querida M. Superiora, tenemos una santa que intercede por nosotros ante el trono de Dios. Todas teníamos mucho cariño a Ángela por su amor y lealtad. Era demasiado buena para el mundo; por eso se la llevó el Niño Dios. Su deseo de recibir los sacramentos era muy grande.
Ángela nos hablaba muchas veces de Vd., querida M. Superiora. Es lo que me ha movido a hacerme con su dirección, a fin de tenerla informada. He encargado una misa por el eterno descanso de su alma.
Les saluda, querida M. Superiora, a Vd. y a toda la comunidad
Cecilia Menzler”.
Eva Votova señala que “ya entonces la muerte de Sor Ángela fue algo especial. No fue sólo una simple noticia de una muerte más. La noticia se dio así:
La Dra. Margita Svalbová afirma que Ángela murió de un ataque al corazón provocado por la explosión, y, comentando su muerte, exclama:
La M. Superiora, Micaela Roth, tan querida de Sor Ángela, en el Libro de Actas de la comunidad, detalla todas las fechas importantes de la vida religiosa de Sor Ángela y concluye:
Para las Hermanas de Mötz, la noticia de la muerte de Sor Angela fue un golpe tremendo. Celebraron una misa de “Requiem” por su eterno descanso e hicieron imprimir algunos recordatorios. En ellos estamparon esta hermosa y apropiada frase:
Nunca olvidaron las Hermanas a Sor Ángela, aunque por las circunstancias ambientales estuvieron alejadas de todo contacto con los nazis y mantuvieron un reverente silencio en torno a ella.
Conservaron con veneración sus preciosas cartas, colocaron una placa conmemorativa de su muerte en el cementerio de la comunidad de Mödling, y en el convento, su nombre y fotografía aparecen en la tabla de las Hermanas fallecidas. Bien podrían grabarse sobre ella las palabras que el poeta austríaco Ernst Degasperi ha escrito en unos preciosos versos dedicados a Sor Ángela:
“Con alegría me has testimoniado como al Dios de la Vida en el campo de la muerte”.
“Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo… Para conocerlo a Él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,7-11).
Bien podría Sor Ángela hacer suyas estas palabras de San Pablo. Nada pudo apartarla del amor de Cristo. Se abrazó a su cruz. Sabía que de ella nacía la vida, la resurrección. Por muy grande que fuera su dolor, siempre se sintió amada por Dios. Por eso salió vencedora. Creía firmemente en el Dios de la vida manifestado en Jesucristo. Por Él lo perdió todo. Pero ganó a Cristo. Y muriendo su misma muerte, llegó a la resurrección.
Sor Ángela pidió muchas veces al Señor le diese a beber el cáliz del dolor. Y a fe que fue escuchada. Las poesías que de ella conservamos expresan con frecuencia esa petición. He aquí un bello ejemplo con el que concluimos su biografía:
A la muerte fuiste por nosotros; al cielo yo llegar quisiera.
Dame a beber el cáliz del dolor, y, después que contigo muera, seré por siempre contigo unida”.
El mes de Mayo de 2016 el Cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, ha recibido en audiencia a la Madre General del Instituto de la Santísima Trinidad, acompañada de algunas Consejeras y del Padre Postulador de la Causa.
El Cardenal ha agradecido esta visita por el interés mostrado en favor de la Causa de Nuestra Hermana Ángela Autsch, Religiosa Trinitaria.
Monseñor Ángelo Amato ha valorado muy positivamente la heroicidad de nuestra Hermana, como todos nosotros lo hacemos.
El mensaje de Monseñor es muy hermoso:
Sería un gran milagro, aunque no se contabilice en la causa, la conversión de corazón de cuantos la queremos:
contemplando, orando, imitando a Sor Ángela.
El proceso sigue buen ritmo.